miércoles, 12 de abril de 2017

Jueves Santo: Comer juntos es Reino de Dios.


Rufo González

Introducción: “Yo he recibido una tradición que procede del Señor” (1Cor 11, 23-26)
El Jueves Santo está centrado en la Cena del Señor, “el sacramento de la iglesia como tal” (Karl Rahner), al que “los otros sacramentos ( … ) están unidos y ordenados”, el que “contiene todo el bien espiritual de la Iglesia”, “fuente y cima de toda la predicación evangélica” (PO 5); el que es “raíz y quicio de la comunidad cristiana” (PO 6). Pablo cita esta “tradición” sobre el año 56, como “procedente del Señor, que él ha recibido y transmitido”. Se usaría en Antioquía de Siria sobre los años 40; es la más cercana a Jesús junto con Lc 22,14-20.

Pablo recuerda la institución de la cena al criticar el modo insolidario de celebrarla
– “tal como os reunís vosotros en común, no es posible comer la cena del Señor” (v. 21).
Parece que antes de la eucaristía hacían una comida fraterna. Pero esa comida es poco fraterna: no se esperaban para compartirla; cuando llegan los más pobres, ya no había comida para ellos y se ven obligados a pasar hambre. Basta recordar en qué consiste la Cena del Señor para que perciban la contradicción entre lo que celebran y lo que viven.

– “Haced esto en memoria mía” se dice respecto del pan y del vino. Sólo “en su recuerdo”, en su amor, está bien celebrarla. Si no se hace “en su amor”, no “recuerda al Señor”. Entonces la comida previa “no recordaba al Señor” porque no compartían amorosamente: no se esperan para comer juntos, hacen pasar hambre a los que no tienen, mientras otros exhiben hartura y ebriedad…

Sin “mesa compartida” no hay “memoria del Señor”
La estructura eclesial actual y la normativa litúrgica vigente hacen casi imposible el “recuerdo del Señor”. Es la consecuencia de la marginación secular del pueblo cristiano en la confección de la eucaristía y en la marcha de la Iglesia.
– ¿Puede ser signo del amor de Dios la lengua desconocida, la mesa-altar lejos y el ministro de espalda, los ropajes de farándula, el escalafón señorial y menestral, el hieratismo teatral, la falta de diálogo libre y la carencia de signos de igualdad, de sencillez, de amor mutuo, de verdad…?

– Para desgracia nuestra. lo más perceptible es hoy: la escala jerárquica del poder residente sólo en varones célibes, distinción de personas -no por su servicio, sino por lo rico de sus atuendos, el relieve político o social, etc.-, la inexpresividad ritual, la palabra clerical en exclusiva, no exigencia de ser justo y fraternal, la costumbre cultural, la carencia de espontaneidad y de vida, etc.
– una comunidad que celebra la eucaristía como una devoción religiosa, por imperativo legal, que entiende a Dios como Padre-patriarca-patrono, sometiéndose a Él para que le ayude en la vida.
– una comunidad que no es “pobre de espíritu”, ni los pobres pueden tener como suya, que exhibe lujo y diferencias innecesarias, que sólo varones célibes pueden decidir y ocupar ministerios, que impone leyes no evangélicas como indiscutibles, que margina a sectores eclesiales, etc.
– una comunidad que no sabe “reunirse, unirse, escucharse, discutir, rezar y decidir” juntos en el Espíritu de Jesús…

La eucaristía la hace la Iglesia y hace Iglesia
Hay que trabajar por que haya comunidades que puedan “reunirse, unirse, escucharse, discutir, rezar y decidir” juntos con el Espíritu de Jesús. Estas comunidades adultas volverán más significativa la “Cena del Señor”. La presencia de Jesús resucitado está en el pan y el vino compartidos en mesa de hermanos. Comerlos y beberlos es aceptar la entrega sacramental de Jesús por todos, actualizando su muerte y resurrección “hasta que vuelva” y nos incorpore a su reino definitivo. Pablo, al narrar la Cena en un clima “indigno”, nos está recordando la Cena que Jesús quiere: la celebrada en común amor y servicio mutuo, la que puede considerarse “el sacramento de la iglesia como tal” (Karl Rahner), el signo por el que se llega a conocer a la comunidad de Jesús y que la realiza. “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros” (Jn 14, 35). Una comunidad verdadera hace una verdadera eucaristía, que a su vez la hace más comunidad.

Oración: “Yo he recibido una tradición que procede del Señor” (1Cor 11,23-26)

Jesús de la eucaristía:
¿Puede decirnos hoy Pablo con razón:
“tal como os reunís vosotros en común, no es posible comer la cena del Señor”?

Los corintios habían pervertido tu Cena:
no respetaban tu amor, especialmente a los más débiles;
“cada cual se adelantaba a comer su propia cena”;
no se esperaban ni compartían los bienes;
los pobres pasan hambre y los ricos comen y beben demasiado;
“unos pasan hambre y otros están ebrios”;
“despreciaban así a la Iglesia de Dios y avergonzaban a los que no tienen”.

Ante esta situación, Pablo les recuerda el memorial de tu entrega:
es la catequesis que Pablo “recibió” tras su conversión;
tu vida se hace presente al comer y beber fraternalmente el pan y el vino;
en ese pan y vino bendecidos, está tu vida resucitada;
cada vez que lo comemos y bebemos, “anunciamos tu muerte”:
– “tu muerte”, resumen de tu vida a favor del Reino;
– “tu muerte” violenta, injusta, procurada por quienes no querían el Reino;
– “tu muerte” reveladora del amor del Padre que no abandona y llena de gloria.

Hoy, Jueves Santo, celebramos tu “última cena” con los discípulos:
todo sucedió en clima de fraternidad;
te arrodillaste ante cada uno, les lavaste los pies;
les inculcaste tu amor: “amaos como yo os amo”;
creaste cena nueva, la que realizaba simbólicamente tu muerte y resurrección;
será tu memorial comprometido con el Reino de Dios;
el pan y el vino compartidos es tu vida compartida con todos;
nuestra vida, si quiere “estar en ti”, ha de ser compartida como la tuya.

Aquí está la tragedia de nuestras “eucaristías”:
las celebramos al margen de la fraternidad y el compromiso con los pobres;
sigue siendo verdad que “unos pasan hambre y otros están ebrios”;
hemos convertido tu Cena en una ceremonia alienante:
– cargada de hieratismo inexpresivo;
– con signos ininteligibles y palabras inusuales y vacías;
– protagonizada por varones solteros, ricamente adornados;
– la comunidad apenas interviene;
– la fraternidad no se vive, pero da igual;
– lo importante es “cumplir”, estar presente, asistir, oír;
– creemos que así Dios nos protegerá y nos dará su premio…

A pesar de todo, Jesús del amor gratuito, te haces presente de muchos modos,
alentando a tu pueblo con tu presencia resucitada:
– “donde dos o más se reúnen en tu nombre, tú estás en medio” (Mt 18, 20);
– cuando nos acogemos, nos escuchamos, nos aceptamos como hermanos;
– cuando leemos tus palabras y recordamos tu vida;
– cuando trabajamos por un mundo mejor;
– cuando fomentamos la igualdad, la libertad, la fraternidad, el trabajo…;
– cuando recordamos tu vida entregada y nos atrevemos:
– a llamar Padre-Madre al Misterio inabarcable de la vida;
– a pedir y dar perdón y paz a todos;
– a comer y beber el pan y vino, signos de tu presencia entregada.

Ayúdanos, Jesús del Jueves Santo, a valorar la comunidad cristiana:
a sentirnos miembros vivos de tu Cuerpo, animado por tu mismo Espíritu;
a encontrarnos sinceramente fraternales, iguales en dignidad;
a eliminar todo aquello que no transparenta tu presencia;
a respetar y fomentar los diversos ministerios de la comunidad;
a poner alegría, libertad, participación, sencillez, pobreza.

Rufo González

No hay comentarios:

Publicar un comentario